Avanzado el otoño los halcones comenzaron a refugiarse en sus nidos invernales rehuyendo gradualmente los paseos y no había cómo hacer que subieran a sus motocicletas. Como soy Padre Halcón pero no dictador, me limité a pedirles que pusieran las baterías en un mantenedor para no encontrarse finalizado el invierno con la cuentecita del recambio del insumo. Por mi parte planifiqué un viaje en solitario a tierras lejanas. No iba a quedarme adormilado 4 meses sin montar una moto.
La planificación no fue difícil. Un lugar con bonitos paisajes, soleado, con playas de aguas transparentes y lugares históricamente interesantes: todo eso se llama Grecia, y mi primer destino allí habría de ser Corfú, la isla de las rosas blancas y monasterios encumbrados en lo alto de los cerros que despiden aromas de incienso y jazmín.
Corfú es la isla griega más septentrional en el mar jónico, tanto que más de la mitad de la isla se encuentra frente a las costas albanesas. Tiene un clima muy agradable con temperaturas que no suben de 32º en pleno verano ni bajan de 5º en invierno, cielos mayormente despejados y pocas precipitacionies. Es ideal visitar esta bella isla mediterránea a fines de primavera previo a la llegada de las ordas turísticas cuando todo se hace más lento, más escaso y más caro.
Llegado al aeropuerto me estaban esperando mis amigos Dimitra y Michalis Glikiotis que tienen una empresa de arriendo de scooter, motos y cuadrimotos, D&M Moto Rental (dmbikes@gmail.com) que proporcionan un excelente servicio. Me habían reservado una preciosa y muy bien equipada Honda blanca, Forza 300. Como le expliqué a Michalis yo no manejo motos sin nombre propio ya que para mí pierden personalidad y no hay como transferirles la energía necesaria. Así que ahí mismo a la salida del aeropuerto ante la galería de turistas que iban y venían descorché una botellita de champaña que había conseguido y la bauticé como Sissi en honor a la Emperatriz de Austria que es una de las figuras icónicas de Corfú. Como ya sabréis luego del suicidio o asesinato del archiduque Rodolfo en Mayerling en 1889, único hijo varón de Sissi, ella profundizó un proceso de depresión que ya llevaba padeciendo y se dedicó a viajar constantemente. La historia de Mayerling, el soto de caza donde ocurrieron los hechos, ha dado lugar a una buena decena de películas, un par de novelas y otro par de obras de teatro. La más célebre de las películas es la de 1968 dirigida por Terence Young, con Omar Sharif, Catherine Deneuve y Ava Gardner en los papeles de Rodolfo, María Vetsera y Sissi.
La Emperatriz estaba dotada de gran lucidez intelectual, lectora de los clásicos y amiga de músicos y pintores. Aquiles, el protagonista de la Ilíada, y figura fundamental de la guerra de Troya, era uno de sus héroes favoritos y en su honor se erigió en 1890 el palacio llamado Achilleio en griego Αχίλλειο, pronúnciese Ajílio en la localidad de Gastouri (Γαστούρι, léase Gastúri). En esta bella mansión pasaba Sissi largas temporadas para abstraerse del estricto protocolo imperial de Viena. El palacio actualmente sigue cerrado por reparaciones y no es posible visitarlo. No sabemos cuándo se terminarán las obras se presupuestaba estuvieran concluidas en 2022, pero esto es Grecia y no es bueno tomarse muy literalmente los plazos como cuando acá te dicen “periménete éna leptáki” (espere un minutito) cuya concreción se reduce sólo a la primera palabra. El palacio puede verse desde el exterior y la zona tiene unas vistas tan conmovedoras sobre el mar Jónico que una visita a los alrededores queda igual recompensada en una mañana soleada como suelen ser todas acá.
Conducir en Corfú constituye hoy una experiencia bastante caótica, resulta necesario ir con cautela. La mayor parte del tiempo atravesaremos bosques y pueblecillos por sendas donde uno tomaría ciertas anticipaciones de cruzarse con una moto que viene en sentido contrario pero donde nos veremos encontrados no sólo con autos y camionetas que circulan a toda velocidad por estos intrincados alcorces sino también buses atravesados a todo lo ancho de una curva y que aun así les falta espacio, sin descartar los automovilistas que adelantan en curva o con línea continua, supuesto que la línea divisoria de calzada sea visible, claro está.
Para ir de un lado a otro de la isla necesariamente hemos de transcurrir por esos caminillos de montaña sin bermas, de carpeta irregular, aportillada unas veces y demasiado lisas otras, y curvas muy cerradas y siempre en cuesta. Es mejor ir lento y gozar de las vistas. El paisaje alterna continuamente. A un lado los bosques de laderas verdeazuladas cubiertas de olivos amortiguados con álamos negros y cipreses. Al lado contrario la panorámica que se abre sobre un mar de aguas azules de añil profundo, de brillante calipso o de suave turquesa bajo un cielo sereno generosamente soleado, un paisaje que transmite placidez y esperanza. En las zonas de playa abundan los enebros, lentiscos y orejas de liebre, azucenas de mar, berzas y cinerarias, una verdadera pintura impresionista que serpentea por las arenas o se yergue sobre las piedras.
Intempestivamente las rutas ingresan a villorrios de casa añejas de piedras bizantinas y tejuelas rojizas. Cada rincón es un cuadro, cada balcón tiene flores y encajes, cada esquina tiene su taberna y cada taberna su música. Las calles no tienen vereda y las puertas dan directo a la ruta. A la vuelta de las curvas espera encontrarte con autos estacionados en medio de la pista, mujeres paseando coches de infantes, turistas descalzos o algún bus casi detenido mientras milimétricamente sortea el espacio entre las aldabas de una puerta por un lado y el barandal de la casa de enfrente. Pero apreciaremos como las parras, bugambilias y jazmines nos fabricarán arcos florales a través de los cuales pasaremos empapándonos de aromas y sensaciones cromáticas que contrastan con el enmudecido testimonio de las fachadas de piedra.
Ninguna ruta nos llevará de punto a punto por una carretera, siempre será necesario pasar por laderas pobladas o ingresar a villorrios por estrechas callejuelas donde al poco andar nos veremos pasando bajo ropa tendida, evadiendo mesas de taberna, saludando a una señora que nos mira tras una ventana que abre a la calle o a un grupo de hombres que alegremente toman un café mientras discuten como arreglar el mundo en una terraza que te queda a la altura del manillar. Por todo lo anterior pienso que las pequeñas scooter de 125 o 150 cc al ser mucho más ágiles serán una mejor opción para quienes no tengan mucha experiencia en caminos difíciles, y además siempre es mejor ir lento y disfrutar el paisaje y detenerse a comer en las tabernas de pueblo, es la mejor experiencia. Si estáis en estas faenas será que no estáis cumpliendo un horario. Disfrutamos cada segundo cuando cada segundo es una pintura de colosal armonía.
Para llegar a destino es bien importante utilizar un asistente como google maps y para ello necesitamos tener buena conexión. Mi mejor experiencia es la tarjeta eSim de Holafly que se puede comprar en línea con anticipación del viaje (www.holafly.com) y se instala al llegar con sólo escanear el código QR proporcionado al comprarla, sin la menor complicación de configuraciones. Una excelente calidad de conexión que me dio seguridad de sortear los rocambolescos laberintos de callejuelas torcidas y pasajes ciegos. Si Teseo hubiera tenido una eSim de Holafly la pobre Ariadna hubiérase ahorrado la huida con un príncipe tan ingrato, aunque nos habríamos quedado sin una de las óperas más excelentes de Strauss, todo hay que decirlo.
El nombre de la isla en griego moderno es Kérkyra pero se suele reservar este nombre sólo a la ciudad más poblada, la capital, del mismo nombre, en tanto isla sigue siendo referida con su nombre latinizado que viene de la denominación bizantina, Korifó (Κορυφώ). Su centro histórico es magnífico emplazado en el sector alto entre palacios de época veneciana. Merece una visita por la tarde cuando el vientecillo refresca el aire y lo llena de aroma a jazmín y lavanda y las luces doradas del atardecer producen espectaculares reflejos en el mármol de sus veredas. Lleno de restaurantes y tiendas de moda puede ser el paraíso de compradores compulsivos donde en Euro rinde bastante más que en las capitales europeas.
Los dos imperdibles de Corfú son el castillo medieval Angelókastro mandado construir con toda seguridad por el emperador Manuel I Comneno hacia 1170 y el monasterio de Paleokastrítsa reconstruido en 1572 con una importante colección de iconos del siglo XVIII. Aunque ambos hitos se encuentran en el mismo sector occidental de la isla no están interconectados. Es preferible ir temprano a la fortaleza y posteriormente al monasterio que abre por las tardes de 15 a 20 horas y cuyo momento más bonito es sobre el cierre, cuando las brisas de occidente inundan las terrazas con aromas de pino, jazmín y lavanda mientras las bugambilias saludan al cielo dorado y al sol ya en fuga causante de un cegador incendio en el horizonte del mar Adriático.
La ruta con destino a la fortaleza toma unos 40 minutos de conducción desde Kérkyra, descontando congestión vehicular, trabajos en el camino, buses atascados en unas curvas que obligan a los automovilistas a subir marcha atrás por la cuesta para darle espacio y ese tipo de aliños que son parte de nuestras aventuras y sin las cuales el relato carecería de toda picardía. Al menos a mí estos contratiempos me salpimientan la experiencia con sabrosas anécdotas y vivencias que se hacen imborrables.
A fin de primavera y principios de verano el paisaje que nos lleva al castillo es un espectáculo que gozar en sí mismo, no es el Castillo de Kafka y estando en Grecia seguro que se llega igual cualesquiera sean los contratiempos, κάτι θα γέινει, káti Za yíni, como dicen los griegos, “algo va a ocurrir”. En las zonas altas los frondosos pinos de Alepo se combinan con los lentiscos, álamos y enebros mientras el sotobosque se galvaniza con mantos de malvas, cardos borriqueros y escobillas moriscas que amoratan la braña y greñas de retama y jaramago construyen un áureo bordillo caminero coronado por el albo y frío baldaquín de la cicuta, como encaje tanto delicado cuánto venenoso.
Cualquiera sea la ruta que se tome deberemos ascender una tortuosa cuesta, trabajosa y delicada tarea que nos será recompensada una vez se accede a la cima al ingresar al caserío de Κρήνη, Kríni, un silencioso villorrio que merece la pesa un paseo para admirar sus escuetas y rizadas callejas con casitas de piedra tapizadas de parietaria, donde se desvanece tal vez el tiempo y el movimiento quizás se suspenda. Nos da la idea de haber ingresado por error en alguna fotografía donde un sueño centenario amortigua el viento, enlentece la marcha, acalla las voces y nubla el sonido.
Los lugareños précianse de ser descendientes de los custodios de los limes imperiales y quizás piensa uno, sólo tal vez o por un instante, sean estos en realidad sus sombras, sus espíritus o sus fantasmas.
Nuestro camino sigue ahora bajando la cuesta hacia la garganta sobre la cual se alza el castillo. Hay parking, servicios en la subida a la fortaleza y una cafetería restaurante, aunque para comer cerca recomendaría el minúsculo restaurante Ftelias junto a la placita de Kríni.
Se accede al castillo por un camino de escalera de piedras rústicas obviamente reconstruido por lo que la subida es a ratos ingrata, no en vano la fortaleza fue antaño inexpugnable y lo era precisamente porque el acceso no es fácil. Se conserva de la fortaleza más de su época veneciana que bizantina. La minúscula capillita del Arcángel Miguel muy restaurada merece la pena una visita por su ambiente de recogimiento y el precioso sagrario del siglo XVIII. La parte alta de la ciudadela extendiéndose al norte y oeste sobre el acantilado que cae sobre el mar nos hace comprender la importancia de esta fortaleza que constituye un atalaya privilegiado sobre el inmenso espejo azul del Adriático permitiendo avistar cualquier movimiento producido por ese paso marítimo. La vista es emocionante y la sola contemplación del mar bien vale la visita. Protegida naturalmente por dos de sus flancos, la guarnición se encontraba en el sur y este, la parte baja por la que se accede en la actualidad, así que cuando vayáis subiendo haceos la idea que vais al asalto y comprenderéis lo bien establecida que estaba esa unidad poliorcética.
Volviendo sobre nuestros pasos podremos hacer una parada en la ruta para un almuerzo, si lo que hemos de hacer es visitar el monasterio que cierra entre 1 y 3 de la tarde. La alternativa de la pequeña taberna de caserío es ciertamente Ftelias en Kríni. Si lo que buscamos es una panorámica espectacular mi sugerencia es la localidad de Lakones sobre la montaña. El restaurante “Bella Vista” (nombre común de un montón de restaurantes por estos pagos, sea en español, francés, griego, inglés o italiano) está ubicado a 3,8 kilómetros del parking de Angelókastro. Es el antiguo Bakalocafenio de Michalas Kostas que todavía lo encontraréis por este nombre en Google maps. Atención esmerada con platos bien presentados y sabrosa comida tradicional a precios razonables en una terraza abierta con vistas subyugantes a las bahías de Paleokastrítsa.
Siguiendo la ruta nos quedarán 7 kilómetros de camino hasta el monasterio que se encuentra al final del camino de Paleokastrítsa en la parte alta. Hay un buen parking gratis y cafetería en las afueras para quienes prefieran almorzar o refrigerarse aquí. El monasterio aunque establecido en el siglo XIII fue varias veces destruido y los edificios actuales son del siglo XVI. La pequeña iglesia tiene iconos bellísimos, es un lugar de recogimiento y puede ser visitado sin problemas. No siendo un lugar de pago es bien visto echar un par de Euros en la hucha de las velitas y encender una en el lucernario. La visita del museo nos dejará unas imágenes del arte cristiano oriental. Hay una bella colección de iconos del siglo XVIII. Especialmente bello es el de la Theotokós (Madre de Dios) a quien está dedicado el cenobio. Dejad para el final un paseo por los exquisitos jardines pletóricos de flores aromáticas que al frescor de la tarde expiden todo su perfume mientras la vista se nos pierde allende el mar besa el cielo y el sol cubre su encuentro. Es un momento para recuperar la conciencia de nuestras vidas, para reordenar nuestros pensamientos, para contemplar la naturaleza inmensa que nos rodea y nos abraza nos envuelve con sus aromas y nos lava la cara con el viento. Cuando el sol va cayendo sobre la orilla occidental del bruñido espejo marino una campana nos advertirá que va siendo la hora de retirarnos, y así, interrumpido en silencio y finalizada la contemplación, bajaremos el sendero de la colina sabiendo que quizás en un segundo sobre la terraza hemos recibido la sabiduría de miles de años y es que hemos visto la inmensa belleza de nuestra tierra y nos hemos sentido parte de ella. Un regalo de Dios.
Todas las fotografías presentadas en este texto son de autoría de Lord Horus salvo se indique lo contrario