Por: Roberto Nappe G. Empresario y experto en innovación digital.
Cuando hablamos de Pucón, solemos pensar en su paisaje casi sagrado: el volcán que respira, los ríos que esculpen el territorio y un lago que parece calmar cualquier tormenta interna. Pero detrás de esas postales existe algo aún más profundo: a pesar de los cambios, esta sigue siendo una ciudad que abraza a quienes llegan, porque conserva el alma de pueblo.
Durante gran parte del siglo pasado, Pucón fue un pueblo chico, moldeado por la naturaleza y por la herencia cultural mapuche. Aquí la vida se ordenaba según las estaciones, los oficios, las celebraciones tradicionales y las relaciones construidas al calor de la cocina a leña. Era un territorio donde la comunidad era el eje de todo.
A comienzos del siglo XX llegaron también colonos europeos, aportando oficios, arquitectura y nuevas formas de trabajar la tierra que se mezclaron de manera natural con la cultura local. Ese cruce de mundos abrió uno de los primeros capítulos de la identidad diversa y plural que hoy distingue a Pucón.
Con los años, Pucón fue recibiendo personas de distintas regiones de Chile y de diversos países. Y cada nuevo habitante añadió un matiz distinto: una historia, un oficio, un sabor, una forma particular de habitar este rincón del sur.
Y así, poco a poco, fuimos creciendo…
A varios nos marcó ver el primer semáforo en Pucón. Fue un símbolo claro: estábamos dejando de ser solo pueblo para empezar a ser ciudad. Un recordatorio luminoso de que el crecimiento es inevitable…pero la esencia no tiene por qué perderse.
Y eso es lo hermoso, es que a pesar de ese crecimiento y de su consolidación como ciudad, Pucón sigue conservando alma de pueblo: se saluda en la calle, se conversa con un café, los vecinos se reconocen por nombre, las tradiciones se respetan, y la naturaleza sigue siendo guía y límite.
Sin embargo, sería injusto hablar solo desde la nostalgia o la belleza. Pucón también enfrenta desafíos reales. El crecimiento acelerado ha tensionado la planificación urbana, la infraestructura, el acceso a la vivienda, el ordenamiento territorial y la protección ambiental. Existen brechas que acortar y decisiones que tomar para que el desarrollo no se vuelva un peso, sino una oportunidad.
Ese es el punto decisivo de nuestro tiempo: cómo seguir abriéndose al mundo sin dejar de ser comunidad; cómo desarrollarse sin perder el alma; cómo equilibrar la llegada de nuevas culturas con la identidad propia de este territorio.
La multiculturalidad es una enorme fortaleza; la diversidad nos amplía y nos hace mejores. Pero también nos invita a ir más allá de crear normas o reglamentos: nos exige diálogo real, escucha activa y una planificación compartida, con la convicción de que Pucón no es propiedad de nadie en particular, sino un lugar que construimos, y cuidamos, entre todos.
Porque al final del día, lo que distingue a Pucón no es sólo su extraordinaria geografía y naturaleza: es su gente. Las familias que llevan generaciones acá, los descendientes de los primeros colonos, las comunidades mapuche que dan sentido al territorio, los emprendedores que llegaron para construir futuro, y los nuevos vecinos que ya sienten que este lugar los adoptó.
Pucón es más que un destino turístico: es una ciudad con alma de pueblo, una comunidad viva que aprende, dialoga, se adapta y enfrenta sus desafíos con la misma energía con la que acoge al mundo.
Y quizás por eso Pucón emociona tanto: porque sigue siendo una ciudad que eligió no perder aquello que la hace única, su espíritu comunitario, aun en tiempos de cambio profundo.
Pucón nos recuerda algo esencial: que el desarrollo no se mide solo en metros cuadrados ni en temporadas exitosas, sino en la capacidad de una comunidad para mantenerse unida, consciente y con propósito.
Hoy tenemos la oportunidad, y la responsabilidad, de cuidar este equilibrio. Porque si hay algo que no podemos perder es justamente lo que nos hace únicos: ese espíritu de pueblo que convierte a Pucón en un hogar, no solo en un destino.

